“El espectáculo narra una historia de amor y desamor, encuentro y desencuentro, pasión y fatalidad que tiene el tango. Es el encuentro de María de Buenos Aires con Eugenio. Él es un bohemio, artista, músico, bailarín de tango, que se va a vivir mucho tiempo fuera del país y cuando vuelve a la Argentina, caminando escucha su tango preferido, que es ‘Siempre se vuelve a Buenos Aires’. Entonces se encuentra con María y se inicia la historia”.
Hernán Piquín le detalla a LA GACETA de qué está hecha su obra “El último tango. La despedida”, que hoy a las 21 sube al escenario del teatro Mercedes Sosa (San Martín 479).
- Último y despedida, ¿qué significan?
- Es el último tango que baila ella; es el último además porque él se vuelve loco por esta pérdida. Y también tal vez este sea mi último tango como espectáculo de baile total porque estoy por incursionar en otros proyectos de danza y texto. Me llegan bastantes propuestas; entre estas hay dos que me gustan muchísimo, para 2025.
- ¿Cuánto de Eugenio, que vuelve a su país, hay en vos?
- No es mi historia, pero en parte hay similitudes. Estaba en España y mi productor y manager, Maxi Gallardo, me propone hacer un espectáculo de tango. Me animó a escribirlo, le gustó lo escrito y a partir de entonces empecé a buscar los tangos emblemáticos y los que tuvieran que ver con el desarrollo de la obra en escena. Me llevó bastante tiempo. Después nos encontramos en Madrid con Gustavo Yankelevich y nos ofrece montarlo en el teatro Apolo, en Buenos Aires, donde estuvimos dos meses en cartel, un éxito total, lo que dio pie para esta gira nacional, y por Uruguay. Obviamente Eugenio tiene bastante de mí , no lo fatídico ni lo trágico, pero la vida es así, llena de encuentros y desencuentros, de pasiones que nacen y que mueren. En el texto vuelco toda mi experiencia vital, por eso tiene mucha carga emotiva, y eso es lo que más me gusta: que la gente se vaya a su casa emocionada, que si vuelven a escuchar un tango recuerden el espectáculo.
- ¿Quiénes te acompañan y cómo fue el proceso?
- Somos nueve artistas en escena, ocho bailarines y un cantante. La primera bailarina Soledad Mangia es mi partenaire; somos los personales centrales. Bailan además Débora Agudo, Mora Noel, Sol Menescardi, Rodrigo Verón, Nahuel Tortosa y Matías Casali, y canta Luciano Soria. Como está escrito y dirigido por mí, fue muy fácil montarlo porque los artistas que me acompañan son excelentes. Se prendieron con la historia, los ensayos fluyeron. Si hay una escena de muerte, por ejemplo, yo quería una especie de réquiem; eso quedó muy bonito, con tres bailarines y María en escena, mientras me cambio para la siguiente escena. Son 23 tangos y milongas, a cuál más lindo. Es como para que el público quiera cantar y bailar también, para que se diviertan y se emocionen. No es un espectáculo largo, dura una hora 20 o 30. Y estamos felices de estar en gira.
- ¿Qué tipo o tipos de tango se baila en tu espectáculo?
- Con mi partenaire le ponemos el toque neoclásico, clásico y contemporáneo propio del tango. Las otras tres parejas bailan tango salón. Nosotros dos ponemos lo sutil, porque el tango salón es todo pose y tomando a la bailarina siempre en la misma posición. El neoclásico aporta otros movimientos que en el tango quizás no se puede hacer.
- ¿Interactuás con el público?
- Sí, al final de cada función hago un video con todo el público y lo subo a mis redes, @hpiquin, donde la gente interactúa con mensajes de todo tipo, críticas incluidas. Pero en definitiva prima todo el cariño de la gente.
- Traés al interior una propuesta original, lejos del tango for export que prima en Buenos Aires.
- Así es. Este es un show donde se cuenta una historia en la que la danza es la materia prima, no es un show efectista o explosivo for export. Además yo llevo al interior mis espectáculos exactamente como los presentamos en Buenos Aires, no modifico nada.
- Hace cinco años te fuiste a España a causa de un hecho de violencia que sufriste. ¿Cómo va tu vida ahora?
- Estoy muy bien. Allá tengo mi casa, adonde voy a descansar, a reponer fuerzas. Fuera de mi rutina de entrenamiento diario allá no hago nada de danza en escena. Bajo a la playa, salgo a caminar, trato de desconectarme de la danza porque cuando pasan dos o tres meses acumulo ganas de volver a bailar. Las giras demandan mucha energía, que hay que administrar y más a mi edad, tengo 50 años. A los 20 ni dormía. A los 19 estaba al lado de Julio Bocca y en su compañía teníamos unas 280 funciones al año ¡era una locura, y éramos muy felices! Ahora no podría.
- ¿Dictás clases?
- No, porque para hacer docencia uno tiene que disponer de todo el tiempo. Me llaman mucho para dar masterclasses o cursos, incluso a dar clases en los lugares a los que llego en gira. Pero yo necesito concentrarme, y no dispongo del tiempo que merece cada alumno. Tras una hora y media de clase los alumnos no van a recordar lo que le pueda corregir a más de 100 personas. Prefiero que vengan a la función; van a aprender mucho más. Van a ver un espectáculo que quizás no ven todos los días, por eso prefiero que con el dinero que invertirían en la clase vayan al teatro. Después, cuando me retire del escenario, puede ser que me dedique a la docencia.
El arte del Teatro Colón, en la austeridad- ¿Cómo te definís como bailarín?
- Empecé en el teatro Colón y la danza clásica era un sueño. Era lo único que quería hacer entonces, Después, cuando estuve con Bocca tantos años conocí tantas otras danzas, tantos mundos, tantos bailarines... Hicimos, entre muchos otros, Martha Graham, Ana María Stekelman, Mauricio Wainrot... tantos coreógrafos tan distintos, que les tomé el gusto a todos los estilos de danza. Hoy me siento cómodo con lo neoclásico, que reúne varias disciplinas dancísticas.